miércoles, 9 de mayo de 2012

Herminio escultor. Sit tibi terra levis.


Desde una suerte de reduccionismo fisiológico para con la temática que aquí comentamos, daremos en un principio por sentado que, primigeniamente, las obras se resumen en sus autores, aún cuando éstas, desde una perspectiva diacrónica, y ya desde el momento en que se ofrecen, pierdan en gran medida tal condición para pasar a convertirse en lugar más o menos eminente del ser de los pueblos. A ser ya del espectador, del que mira viendo o quizá si cabe, pase a ser parte de lo que en algunas jergas no carentes de cierto esoterismo se da en llamar cultura de los pueblos.


     Y es que tratándose de Herminio, el hecho de que su obra sea también hija suya, y ésta originalmente se resuma quizá en su persona, en el caso de que no fuera así, sería de todo modo deseable que ocurriese. Hay buena adecuación del intelecto a la cosa y, una vez expuesta, de la cosa al intelecto. Además, hablar con Herminio de su obra se resume en un placer que la belleza artística desinteresada tiende a proporcionar a quien puede ser testigo suya.


     Herminio, Memi para los lugareños, se nos antoja como un hombre sosegado que posee la sabiduría que van otorgando las vivencias y una peculiar forma de representarse la vida transmitida plásticamente a través de su obra. Él dice no haber asumido, por circunstancias diversas, los criterios teóricos expuestos  sobre las teorías y tendencias artísticas; dice no haber leído mucho, vamos, y uno se da cuenta de que aún cuando la lectura apuntale determinadas condiciones, no hace al sabio de por sí ni es garantía de sapiencia. Herminio, es un ejemplo de ello que hace que el joven que suscribe se tope también con la juventud reposada, sabia, de una persona que ha pasado ya las seis décadas deambulando por el mundo, aprendiendo y aprehendiendo. E inoculando, además, el nobilísimo lujo de afinar las sensibilidades del espectador.

     Herminio nació en A Caridá, concejo de El Franco en el noroccidente de Asturias. Quizá dar este dato puediera ser considerado por alguno una condición superflua de la biografía de un autor; todo el mundo nació en algún lugar; pero el hecho de ser franquino, relacionándose geográfica e históricamente con una comarca en donde las manifestaciones artísticas plásticas no hayan hecho fortuna, y que por ello no se pueda, históricamente hablando, topar uno con masa crítica alguna de artistas y sensibilidades estéticas elevadas, enriquece quizá aún más la personalidad y la trayectoria de nuestro autor.


     Con todo y eso, sí que es cierto que Herminio tiene precedentes que, de alguna forma, sirvieron de inspiración, quizá metodológica, a nuestro escultor. Por eso una de sus máximas es el trabajo; su producción durante estos años se diría que es asombrosa. Muchos cientos de piezas salieron de la mente y las manos (que quizá vengan a ser lo mismo, identificando objeto y sujeto) de Herminio.

     Precedentes los tiene, decimos. Y bien cercanos; su ya finado tío Angelito: un ferreiro de A Caridá, que Herminio da en suponer como la persona más trabajadora de los mundos posibles. Angelito tiene en su honor un museo de forja en esta localidad: pasen y vean. Por él también se conocerá a Herminio, aún cuando sus concepciones sean bien distintas y el recargamiento ornamental de la producción de Angelito no tenga que ver con la concepción tensional, despojada y minimalista de las obras de Herminio. Por lo menos de la última parte de su obra.

     Y es que en la obra de Memi se aprecia a las claras una dirigida evolución artística en sus piezas. Uno, que entró hace tiempo en su anterior abigarrado y recargadísimo estudio pudo darse cuenta, en primer lugar, de la maña natural de Herminio para producir: la Última Cena en un grano de arroz, el campanario de la Iglesia de A Caridá (donde se ve la hora que marca el reloj) en la cabeza de un alfiler o el puerto de Viavélez en una lenteja dan sorprendente muestra de ello. Hace ya muchos años que estas seductoras miniaturas fueron concebidas por Herminio.


     Y es que nuestro autor comenzó pintando. Varios bodegones que vemos en su estudio nos dan muestra de ello. Y a partir de ahí, su dedicación pasó a la escultura sirviéndose de una diversidad de materiales que, paralelamente a su evolución artística, fueron planteándose como sostén físico para la plasmación de su obra: al principio fue el cartón, que prensaba con un ingenio de su construcción movido por un pequeñísimo motor que conseguía aglutinar ingentes cantidades de este material. El cartón convivió con la madera y ésta se divorció para policromarse y constituir una nueva pureza en las formas. Y de la madera llegamos a la evolución máxima de Herminio en los materiales que pasa fundamentalmente por el acero corten y el cristal , solos o en comunión.


     Dice nuestro autor que el arte ha de contarnos algo; de lo contrario, no le interesa: las piezas mínimas y minimalistas de su producción en urnas nos transmiten un mundo paralelo, pero posible, de limitación del adorno y de aprehensión de la ingravidez reflejada en las urnas de cristal en que se sitúan. La perspectiva de observación se presenta también, pues, tanto en éstas como en las piezas de gran tamaño, fundamental. No nos cuentan lo mismo los objetos en todo lugar.


     Esta evolución en los materiales va acompañada de un creciente gusto por el minimalismo, el despojo material y la búsqueda de una estructura íntima de las formas y materiales que se condensan en unas geometrías puras y descargadas de cualquier accesorio. Es llamativa la limpieza de las formas últimas y los acabados desarrollados en las piezas de nuestro autor. Las obras de Herminio provocan ora una rotura inesperada del espacio en que se muestran, ora un reto constante a los modos de percepción estética, tan acomodados a las leyes geofísicas que imperan en nuestras percepciones.

     Las obras, secretamente preñadas, transmiten desde su estructura íntima al exterior una sorprendente lucha de tensiones que extrañan la percepción del observador. Y es que las obras de Herminio son para observar. Son para cuestionarnos cosas al tiempo que nos transmiten la levedad del acero y la ingravidez de las masas. Son piezas interactivas con el sujeto en proceso cognoscente, diríamos. La relación del observador con ellas pasa por preguntarse por la consecución de espacios y formas novedosas en la obra de este caridense. Es la originalidad escultórica de Herminio.

     Parte de las pocas obras que ahora ejecuta en madera se conciben en el estudio de Herminio y son montadas en un taller de ebanistería del vecino pueblo franquino de Valdepares. Al tiempo, las pesadas piezas de acero (que luego aparecerán ingrávidas) reciben en el taller de forja de sus primos Miguel y Rosendo el arte mayeútico primario para poder convertirse en las obras de arte que serán.


     Hablemos, aunque no demasiado, de las dimensiones de un proyecto aparcado para El Atalaya, en Valdepares, que nos remite a de noventa toneladas de acero en dos piezas que llegan a alcanzar los veinte metros de altura. Como aquella concepción romántica de lo sublime, en ella se daban, en convivencia, el placer y el temor.

     El reto y la novedad en Herminio van de la mano. Horas y horas de trabajo en sus talleres son las responsables de esta doble atribución. Con ello, filtrado por el talento del escultor, el éxito está garantizado. El observador será fiel y sorprendido testigo de ello.

     Herminio no deja de producir decimos, y su reputación es creciente. Cada vez más galerías y exposiciones toman en cuenta la arriesgada y original propuesta de su obra. Multitud de festivales, salas y galerías nacionales e internacionales. Japón ha tenido oportunidad de contar con él. El museo de Bellas Artes de Asturias también. Ahora el Niemeyer, un edificio que parece hecho para la obra de Memi. Habrá que preguntarle si habló con el arquitecto brasileño...Y también corre la leyenda de que un lápiz magnético de su autoría ha sido representado en las dibujos animados de la peculiar familia Simpson. Hemos de investigar tal extremo. No deja de tener su gracia, cuando menos. Lo dicho, pasen y vean. Merece la pena conocer a Herminio. Y a su obra, a la que cada vez más, la tierra le es leve.

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