miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Gatísimo.



Soy un gato al que no ciega la luz.
Tan sólo me obnubila cuando se acerca
y, su majestad luminosa
y su infernal maullido sublime,
me alcanza y me seduce primero,
me ofusca, después
y,
finalmente,
cautivo y desarmado,
me aplasta;
y todavía, y mientras,
muero con la fascinación salvífica
de que el Gran Gato Mesiánico,
ha venido para mí.

Ése Gran Gato Mecánico,
prolongación eterna,
metálico y programado,
vástago de Aquél
que nos cuenta por camadas o familias,
o en docenas, montones o jaulas.

El Gatísimo Redentor,
hijo del que nos tapia entre las paredes de su casa
nuestro furor
y nos castra.
Del que nos mata entre el hechizo de su luz cautivadora en la noche,
relámpago oscuro y mortal
y que espera de nosotros,
como buenos gatos domésticos,
que seamos quienes cacemos,
y disfrutemos
con sus abundantes
e infectos
ratones.




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